Mi nombre es Daniel, y nací el 7 de octubre de 1997.
Hijo de Juan José y María Luisa, ambos naturales de la ciudad de Huelva, nací en el hospital Blanca Paloma de la capital onubense. Es un hecho a destacar, pues medioambientalmente hablando, Huelva es una ciudad que, desde mediados del siglo pasado, ha sido afectada por la construcción del Polo Químico e Industrial, el cual se separa de mi hogar por tan solo unos tres kilómetros. Considero haber nacido en una época en la que aún no se estaba tan concienciado por el medio ambiente y los recursos que existen.
Desde pequeño, mis padres me educaron en el respeto hacia los demás, la convivencia, la solidaridad y en valores multiculturales.
Cada verano, mis padres, mi hermano y yo, hemos elegido un destino de viaje. Nos gusta mucho viajar, y cada año, decidíamos la ciudad que queríamos conocer. Normalmente, por influencia materna, este viaje debía tener un fuerte condicionante: veríamos parajes naturales y lugares con encanto natural. A mi madre le encanta la naturaleza, y es por ello que muchos de los viajes fueron, entre otros, a las Islas Canarias (para ver paisajes volcánicos) o a las Islas Baleares (para conocer las calas paradisiacas). Otros de los viajes más lejanos que hemos hecho han sido a Turquía (para visitar el paraje natural de la Capadócia) o a Polonia (para conocer los paisajes de Zakopane y el lago Morskie Oko). Este amor por la naturaleza nos lo ha sabido transmitir, tanto mi madre, como mi padre, a mi hermano y a mí. A día de hoy, seguimos viajando cada verano, buscando nuevos destinos donde conocer paisajes de ensueño.
Vivimos en un bloque de vecinos, en comunidad. Siempre hemos vivido en él, y el vecindario es como una gran familia. No estamos hechos al reciclaje desde que vivimos allí, pero hace escasos años (unos tres años), mi padre quiso comenzar a reciclar el vidrio y los envases de cartón y papel. Lo cierto es que la ciudad en que vivimos no ofrece posibilidades que faciliten el reciclado de estos envases, pero mi padre se preocupa por llevar estos al contenedor de reciclaje más cercano, al igual que las pilas y los productos electrónicos a los puntos limpios. Este afán de mi padre nos lo supo contagiar rápidamente, siendo ahora una labor de todos y estando ya integrado en nuestro día a día.
Desde chico, he sido un niño muy caprichoso. Traducido a palabras del lenguaje de esta asignatura, podríamos decir que he sido muy consumista. Siempre me ha gustado mucho la ropa, y nunca me parecía poca. Desde que tengo pensamiento crítico, comencé a distribuir de una forma mejor mis recursos económicos, dando menos prioridad a la ropa, pero sin llegar a ver el impacto ambiental que podría tener la fabricación de la misma.
Desde que nací, mi familia y yo pasamos los dos meses estivales en Islantilla (Huelva). Siempre me ha encantado la llegada del verano, pues podía descansar del curso escolar en esta zona más natural a la ciudad en la que vivo. Allí podemos encontrar playa y bosque, siendo en mi infancia un gran atractivo los paseos por el campo con mis amigos y familiares. Solíamos también ir en otros periodos vacacionales, como las navidades. Me encantaba ir al campo en esas épocas, pues con las primeras lluvias de la primavera solíamos ir al campo a buscar espárragos, los cuales crecían de forma salvaje y, junto con mi padre, preparábamos para cenar revuelto.
En Islantilla, además, teníamos un pequeño huerto ecológico, que tan solo se componía de dos o tres plantas tomateras, dos o tres berenjenales, alguna que otra pimentera, y hiervas aromáticas muy variadas. Me encantaba ayudar a mis padres a hacer la comida, y recolectar alguna que otra materia prima en el pequeño huerto que sustentábamos con tan solo el regadío diario y algún abono natural, regalo de unos amigos de mis padres que regentan una empresa turística de paseos a caballo por las playas de Isla Cristina.
Antes, no veía la huella ecológica de estos actos; ahora, puedo comprobar lo interesante, barato y eficiente que resulta la ecoproducción de algunas verduras, y lo satisfactorio que puede llegar a ser su evolución, desde la plantación de las semillas, hasta su recolección.
Toda mi vida ha estado acompañada por animales domésticos. Podría decirse que mi casa siempre ha sido un zoológico. Hámsters, tortugas, peces de agua fría y tropicales, mi gata Luna, mi perro Rubi, mi conejo Canela, mi gallina Sebastiana, mis agapornis Úrsula y Gregorio… Me encantan los animales y su cuidado, y desde chico me han educado en valores animalistas y del respeto y cuidado a las mascotas y animales salvajes. En Islantilla, me encantaba ir a buscar insectos de pequeño, los cuales recogía para observar su comportamiento y luego devolverlos a su medio. También estaba muy concienciado desde chico con los camaleones que encontraba en las dunas cercanas a la playa, los cuales me encantaba coger y poner por mi ropa para que escalasen. Sabía que estos son una especie en riesgo de extinción, y valoraba mucho encontrar estas especies por la zona; en verano, con los meses de más calor, me gustaba rellenar un cubo de agua que tenía escondido en medio de los arbustos, y que con mi buena intención colocaba para que algunos pájaros pudiesen hidratarse.
Mi mascota "Rubi", un Yorkshire Terrier.
Ya más mayor, fui consciente del impacto de los vehículos. Con unos 15 años, comencé a dejar de usar el autobús urbano de Huelva; Huelva es una ciudad muy pequeña, y prácticamente podríamos decir que puede recorrerse de punta a punta en tan solo 40 minutos. Es por ello que con el tiempo dejé de usar el autobús, y empecé a desplazarme a pie por mi ciudad.
A día de hoy, tan solo utilizo el autobús cuando es estrictamente necesario. En Islantilla, me muevo en bicicleta, aunque el pueblo no esté adaptado para su uso con carriles bici.
En Sevilla, sí que utilizo el transporte público; la ciudad es mucho mayor que Huelva, y desplazarse a pie supone más tiempo y distancia. Sin embargo, siempre que puedo, voy andando a los sitios que no están a más de 30 minutos andando.
En la actualidad, viviendo en Sevilla, he compartido piso de estudiantes con varios compañeros y compañeras. A todos ellos les he intentado inculcar todos los valores positivos que tengo con el medio ambiente, como el afán por el reciclaje de los residuos más contaminantes; por circunstancias de espacio, en el piso en el que vivo en la actualidad en Sevilla, no dispongo del espacio suficiente para poder clasificar los residuos en tres contenedores diferenciados. Es por eso que tan solo distingo dos bolsas: la de orgánicos y otra en la que voy mezclando simultáneamente el vidrio con el papel, y que luego de forma manual separo en los diferentes contenedores de reciclaje de la zona en la que vivo, Triana.
Estoy muy contento con esta ciudad (Sevilla) en lo que se refiere al reciclaje de residuos, pues muy cerca de mi casa encuentro numerosos contenedores de reciclaje; sin duda, esto fomenta a que los ciudadanos y ciudadanas puedan separar los residuos clasificándolos para dar una segunda vida a los mismos y no causar demasiado impacto ambiental. Además, la ciudad está muy bien equipada con carriles bici que unen todos los barrios y zonas, por lo que moverse en bicicleta no supone algo difícil; además el servicio municipal Sevici ofrece la posibilidad de disponer de bicicleta por un precia anual casi simbólico, disponiendo además de puntos de aparcamiento de bicicleta en todos los barrios de la ciudad. Sin duda, es una medida que considero muy positiva para fomentar el uso de los medios de transportes que no contaminen. No obstante, Sevilla es con frecuencia, una ciudad muy contaminada por su tráfico y por algunos industrias que se sitúan en la capital y en pueblos cercanos del Aljarafe y de la Campiña.
Otro de los hábitos que pienso, son positivos para el medio ambiente, son mis desplazamientos entre las dos ciudades en que vivo; Huelva y Sevilla. Los trayectos los realizo compartiendo coche con desconocidos que conozco mediante la aplicación BlbaBlaCar y Amovens. Las mismas, son aplicaciones que interconectan a persona que con sus coches particulares van a realizar un trayecto, el cual publican añadiendo el número de plazas que disponen libres. Yo, como acompañante, reservo esta plaza para no tener que coger otro coche y llevarlo vacío, o ir en bus (fomentando el consumo de las grandes empresas, como la de transporte “público” de Andalucía). De esta manera, reducimos en carburante para el vehículo, además de repartir los gastos del mismo trayecto entre el número de personas que viajamos en el mismo.
Mi casa de Huelva ha estado, desde que surgieron, adaptada a las nuevas formas de energía sostenible. En el año 2005, la comunidad de mi edificio instaló una serie de placas solares para ayudar a reducir el consumo eléctrico de las viviendas, así como para costear los gastos de la comunidad de energía, en luminarias del edificio, garaje, y funcionamiento de los ascensores. Mi edificio y casa, además, cuentan con iluminación led de bajo consumo y larga duración, los cuales se notan en las facturas mensuales de electricidad. Además los hábitos que he llevado a cabo siempre han intentado favorecer el consumo de electricidad y agua, intentando utilizar la luz solar el mayor tiempo posible, o reduciendo el consumo de agua cuando, por ejemplo, me daba una ducha. Todos estos datos, aunque minúsculos en el día a día, pueden llegar a causar un impacto positivo a largo plazo, y pienso que si todos estuviésemos familiarizados al mismo, podríamos lograr un mundo mejor.
En cuanto a mi alimentación, ahora estoy mucho más concienciado que antes: esta asignatura ha cambiado, de algún modo, mi forma de comer y comprar en el supermercado; antes, el etiquetado de los productos pasaba desapercibido por mí, siendo ahora fundamental comprobar aspectos como los aditivos, conservantes químicos, colorantes no naturales, y otros aspectos que, además de nocivos para la salud, son perjudiciales para el medio ambiente.
También cambié otros hábitos alimentarios, como el consumo de soja (tras la visualización de los documentales referentes al cultivo ilegal de la misma) o el consumo de peces como la perca del Nilo y el pez panga, los cuales se alimentan de residuos y que, para nuestra salud, no son nada beneficiosos.
En definitiva, puedo decir que mis hábitos han evolucionado favorablemente en relación a las prácticas favorables con el medio ambiente, habiendo experimentado un cambio notable. No obstante, considero que siempre hemos estado, mi familia y yo, concienciados con el cambio climático y el respeto por la naturaleza, y siempre hemos pretendido favorecer estas prácticas allá por donde íbamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario